Qué hallazgo advertir que el cerebro no era una maraña indivisible de cables (como se creía hasta entonces), sino un compuesto de unidades mínimas bien definidas, las neuronas. Qué gran desaire a los que veían en la mente una sustancia completamente diferente al resto del cuerpo: el cerebro, como el muslo o el pancreas, está formado por células. Ya está. Y qué pendiente resbaladiza se iniciaba entonces: Si está formado por unidades mínimas, como el resto del cuerpo, podrá ser explicado, como el resto del cuerpo, analizando esas unidades mínimas.
Qué gran afrenta a los que quieren ver en la mente algo misterioso. La mente, como la digestión o la respiración, puede desgranarse en procesos simples, explicarse al nivel de las moléculas, que con sus vaivenes desatan la cadena de complejidad que se nos aparece tan inconmensurable y especial.
Yo me decanto sin duda alguna por la crudeza de una mente consistente en neuronas intermitentes. Sin más. Que con un bisturí, un microscopio y un ordenador se pueda coger un trozo de mundo y analizar por igual calles, perros, la kioskera, el bareto, los transeuntes, mi casa, los chicles pegados al suelo, los árboles maltrechos,.... el resultado sería un informe con ecuaciones y gráficas que hablaría de materia.... materia dividida en estados de complejidad.
Este antropocentrismo de creernos, los humanos, especiales al resto, nos hace disfrutar menos de todo.